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El tirón de la moda africana puede impulsar el desarrollo del continente

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El pasado 12 de octubre, el corredor de etnia kalenjin Eliud Kipchoge batía el record mundial de atletismo y hacía bajar de dos horas la marca en que un atleta corría una maratón. Rápidamente, su 1,59 fueron capitalizados como símbolo por una de las marcas de ropa más representativas de la cultura urbana en Kenia, su país natal. Bajo el eslogan “la única barrera está en tu mente”, la compañía Chillimango Clothes lanzó un nuevo diseño basado en él para sus sudaderas y camisetas.

Desde 2009, las camisetas de Chillimango son de los atuendos preferidos entre los jóvenes de clase media de Nairobi. Sus modelos made in Kenya son lucidos como auténticos símbolos de identidad entre una juventud orgullosa de sus orígenes. Fundada por la emprendedora y diseñadora keniana Njeri Gikera, de 35 años, la marca se define como “ropa de calle afrourbana” y está hecha a mano con telas Kanga y diseños que reflejan la realidad contemporánea. Se trata de una de las miles de marcas que producen desde África y para consumidores locales, como la ugandesa Def.i.ni.tion. Ambas, lideradas por mujeres emprendedoras y decididas a impulsar la creatividad del continente, forman parte de un nuevo peldaño de la industria textil africana, que podría propulsar un desarrollo sostenible para el continente.

“Los empresarios de textiles y prendas de vestir han comenzado a ganar reconocimiento mundial. En toda la región, son pioneros en estrategias audaces para comercializar y diseñar conceptos de moda basados en el patrimonio cultural, la marca África. Los diseños de aquí ya no se perciben como una aportación tradicional, étnica o folklórica a las colecciones existentes, sino que se han convertido en una industria en rápido desarrollo dentro y fuera”, reconoce Emanuela Gregorio, economista y coordinadora de Fashionomics Africa en el Complejo de Desarrollo de Capital Humano del Grupo del Banco Africano de Desarrollo.

Esta iniciativa nació en 2015 para promover la inversión en el sector, mejorar el acceso al crédito e incubar la creación de empresas. “El objetivo es alentar a los empresarios de textiles, indumentaria y accesorios, microempresas, y pequeñas y medianas marcas a obtener y producir localmente con artesanos y estimular la creación de empleos en el continente con tendencia a la sostenibilidad”, cuenta Gregorio. Enfatizando el particular enfoque de género que tienen sus inversiones, la experta cuenta que más de 500 empresarios de la industria de la moda africana ya se han podido formar en sus programas de capacitación, mientras actualmente, lo están haciendo otros 200 emprendedores marfileños y kenianos, el 70% de los cuales son mujeres.

Tal como opinan un gran número de economistas, hablar de desarrollo en África actualmente debe contemplar la posibilidad de una industria textil local robusta. Así lo considera uno de ellos, un defensor de la industrialización del continente como Artur Colom: “El sector textil, de la confección, de los complementos y del calzado suele formar parte de la primera etapa en un proceso de industrialización, según nos muestra la historia económica de todos los países que han alcanzado cierto nivel de industrialización. En particular, la confección y el calzado se caracterizan por ser intensivos en trabajo y por lo tanto de generar empleo”, defiende. Y con ello, afirma: “África es la última frontera en la manufactura”.

Para el economista, las condiciones objetivas que permitirían desarrollar la industria textil en el continente existen. “Población joven abundante cada vez más educada y con salarios bajos al nivel del sudeste asiático. Además, la presión del incremento de sueldos en China está conduciendo a una lenta migración de industrias hacia el sudeste asiático y, a otro nivel, a África. Esta tendencia puede continuar. El reto para las políticas industriales es aprovechar esta tendencia pero para parecerse a China o Corea, no a Bangladés”, advierte.

La comparación es ineludible. Las economías africanas no pueden evadir la preocupación y la crisis de moralidad que la industria textil suscita alrededor del mundo. La moda contribuye en un 10% de las emisiones globales de carbono, es el segundo mayor contaminador industrial después del petróleo y el gas, y por encima de los vuelos internacionales o el transporte marítimo. Además, Naciones Unidas estima que las emisiones del sector aumentarán en más del 60% para 2030. De hecho, según datos del Banco Africano de Desarrollo, producir una sola camiseta y un par de pantalones tejanos requiere de un kilo de algodón, para el que se necesitan más de 20.000 litros de agua y para el que se utilizan hasta 8.000 productos químicos.

El tirón de la moda africana puede impulsar el desarrollo del continente

“La urgencia de nuestra crisis climática, y el impacto desproporcionado que esta tiene en nuestra región, nos obliga a promover un crecimiento verde”, reconoce Gregorio, quien explica que las clases magistrales de Fashionomics Africa tienen como objetivo “capacitar a los empresarios en el abastecimiento ético y las prácticas de producción sostenibles para reducir las emisiones de carbono de su producción de prendas de vestir. Sin duda habrá desafíos por delante, pero las oportunidades son aún mayores”.

Debilidad de políticas industriales

Según datos de Euromonitor International, se estima que el mercado combinado de indumentaria y calzado en África subsahariana tiene un valor de más de 31.000 millones de euros. Es por ello que el trabajo que están llevando a cabo el Banco Africano de Desarrollo o la Unión Africana para impulsar la fabricación de moda es crucial. Sin embargo, una de las principales trabas a la hora de hacerlo un verdadero motor de desarrollo es la dificultad de un comercio interior robusto.

“Acceso a mercados significa infraestructuras —coste de transporte— , marketing, y un mercado interno que en la mayor parte de países es muy débil por falta de capacidad de consumo de la mayoría de la población”, se lamenta Colom. La pobreza y las barreras comerciales siguen haciendo costosa la comercialización de productos y la compraventa de artículos y materias primas.

Emanuela Gregorio cree que las aristas de la cuestión se retroalimentan las unas a las otras y que para combatir la pobreza es necesario fomentar el consumo y fortalecer las políticas nacionales y regionales. “La industrialización es una de las herramientas más poderosas para impulsar la actual transformación económica en África y para cumplir plenamente la promesa de la Agenda 2063 y los ODS”, asegura. “La manufactura, a diferencia de la agricultura y los servicios, involucra mano de obra masiva en formas altamente productivas. A nivel individual, la industrialización permite que los agricultores de subsistencia se enreden en sistemas de intercambio altamente locales para transformarse en consumidores y productores en la economía global”, argumenta.

Lamentablemente, la debilidad de las políticas industriales son un obstáculo, tal como apunta Colom, quién, a pesar de todo, hace hincapié en reconocer el esfuerzo de ciertos países para reconfigurar los modelos existentes. “En los últimos años, con el cambio de enfoque hacia la transformación económica en países como Etiopía, Tanzania o Nigeria están haciendo progresos en este sentido”, reconoce.

África ya ha empezado a mostrar algunos ejemplos de cómo atraer a los principales empresarios del sector, y marcas como H&M, Tommy Hilfiger o Calvin Klein ya fabrican desde plantas de producción en suelo africano. “Etiopía, que tiene como objetivo convertirse en un país industrializado para 2025 y generar 30.000 millones de dólares en exportaciones del sector textil y de prendas de vestir, ha estado construyendo activamente parques industriales en diferentes ciudades”, dice Gregorio,. Y agrega: “La industria presenta una oportunidad única para los países que buscan continuar con la industrialización e impulsar el comercio intrarregional, ya que el sector ayuda a diversificar la economía y si se orienta hacia las exportaciones, puede ser una buena fuente de divisas”.

Condiciones de trabajo

No obstante, no se pueden obviar las lamentables condiciones de trabajo que la industria textil mundial genera en un sector dominado prioritariamente por mujeres. Las críticas al laissez faire del gobierno etíope a las multinacionales extranjeras no paran de llover, cuando los trabajadores de estas plantas aparecen como los peor pagados del mundo (23 dólares mensuales). “Hay ejemplos de que el capital extranjero puede ser más una fuente de explotación que de desarrollo. Lesoto acogió mucha empresa de confección asiática a principios de los 2000 aprovechando la legislación de EEUU, y en muchos casos las condiciones laborales eran lamentables”, reconoce Colom. El experto cuestiona las críticas al sector y se pregunta: “¿Qué es mejor, quedarse en el campo con la agricultura de subsistencia o trabajar en una fábrica por un sueldo?”. Un asunto que, como subraya, tiene un fuerte componente de género. “Una joven pobre de un aldea de Etiopía sometida a la discriminación del patriarcado tradicional probablemente preferirá irse del pueblo a trabajar sola y libre a una fábrica a cambio de un salario”, dice.

Cuestiones morales aparte, la Unión Africana y el propio BAdD se muestran optimistas después de la reciente entrada en vigor este 2019 del Tratado de Libre Comercio Africano, una iniciativa comercial que pretende fortalecer la circulación panafricana de mercancías a través de la eliminación de aranceles en gran parte del continente. Esto llega en un momento en el que África vive una auténtica revolución digital, con un ecosistema de empresas digitales envidiable que posibilita que el comercio electrónico de prendas de vestir se fortalezca tal como lo está haciendo en otros puntos del planeta.

“El AfDB está invirtiendo en la creación de una plataforma de comercio electrónico para los empresarios de la moda en el continente a través del Fashionomics Africa Digital Marketplace. La plataforma apunta a aumentar el acceso a los mercados a través del comercio electrónico, facilitar el acceso a la financiación, proporcionar oportunidades de mentoría y creación de redes, y desarrollar habilidades y calificaciones para los empresarios de la moda africana”, cuenta Gregorio. Además, el Banco Africano de Desarrollo cree que esto generará una gran cantidad de datos procesables para desarrollar una cartera de empresas viables, facilitando un mayor acceso a préstamos para los pequeños y medianos empresarios.

Los factores estructurales, la feroz competencia internacional, el limitado poder de negociación en el contexto de las cadenas de valor globales y los altos costos comerciales relativos al tiempo de producción o transporte, son algunos de los puntos flacos de la industria textil africana según el último Informe de Desarrollo Económico en África de la UNCTAD. Sin embargo, el progreso hacia la integración regional africana y el fomento de políticas industriales nacionales y regionales que se están llevando a cabo hacen vislumbrar algo de luz para el sector.

La moda en retrospectiva

Contrariamente a la opinión popular, la manufactura africana comenzó a desarrollarse a partir de principios del siglo XX, tal como explican Mendes, Bertella y Teixeira. La primera etapa transcurrió entre los años 20 y 40, estimulada por las viejas metrópolis. La segunda, impulsada por los líderes de las independencias desde finales de los 50, cobró peso en los 60 como una estrategia con conciencia política dirigida a superar el llamado "subdesarrollo".

Por aquél entonces, países como Tanzania, Zambia, Senegal o Nigeria comenzaron ligeros procesos de industrialización para sustituir las importaciones a gran escala que se venían desarrollando desde la colonización. Les siguieron otros países como Ghana o Madagascar, animados y dispuestos a activar sus economías y eliminar la dependencia económica. Sin embargo, los planes de ajuste estructural espoleados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional asignaron otros métodos para lograr el desarrollo de África, que "comportaban la eliminación de subsidios y de protección arancelaria, y la entrada de la competencia internacional —especialmente asiática—. Además, por motivos ideológicos se abandonó la política industrial y se optó por intensificar las exportaciones de materias primas para conseguir divisas para pagar la abultada deuda externa. Así, el resultado final fue de desindustrialización generalizada en el continente", nos cuenta Artur Colom, investigador de economía política del desarrollo de la Universitat de València y miembro del Centre d'Estudis Africans i Interculturals de Barcelona.

“Con más de la mitad de la población de África subsahariana menor de 25 años y 13 millones de jóvenes que se unen al mercado laboral con entusiasmo todos los años, el desarrollo de sectores intensivos en mano de obra, como la industria textil y de la moda, es imprescindible para un continente estable y próspero”, recapitula Gregorio. Además, en un momento en que la industria de la moda africana está en auge, y el papel de África como consumidor y productor de moda no para de crecer, la coordinadora de Fashionomics subraya la importancia de que el consumidor global mire hacia el continente en busca de moda local. “Las telas africanas están inspirando a diseñadores cada vez más famosos. La industria es el embajador perfecto en el mundo para la creatividad e innovación en curso entre los talentos de la región. Es un sector que puede generar beneficios económicos y convertirse en un vehículo para promover la integración regional africana y la identidad cultural en todo el mundo”.

Desde los pequeños agricultores dedicados al algodón hasta tiendas minoristas como la keniana Chillimango podrían verse beneficiados de la actual transformación estructural y del cambio en los hábitos de consumo globales que harían que en Norte empiece a comprar ropa y complementos hechos en el Sur. “La industria de la moda africana es un sector en gran medida sin explotar que requiere desarrollo y apoyo para establecer la cultura africana como un vehículo robusto para el desarrollo sostenible y centrado en el ser humano”, reconoce Gregorio. Y advierte que para que el sector crezca de forma sostenible y sea un verdadero motor de desarrollo, “no podemos ignorar el lado humano que debe conducir esta transformación. Debemos promover el abastecimiento ético en cada paso de la cadena de valor”.

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