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Blog Una vida al filo

Hace ahora cien años, en plena guerra mundial, terminaba una de las aventuras más insólitas llevadas a cabo en las regiones polares. Un veterano explorador irlandés, Ernest Henry Shackleton, se había propuesto atravesar la Antártida de punta a punta pasando por el Polo, porque "queda por hacer el más impresionante de todos los viajes: cruzar el continente antártico" Era un plan adelantado a su tiempo, audaz, casi temerario, que revelaba la personalidad de Shackleton. Y mientras en Europa se declaraba la guerra más cruel que jamás se había conocido hasta entonces, daba comienza una nueva aventura en la Antártida, el último continente que quedaba por explorar. Un lugar tan desconocido como pueda serlo ahora Marte, envuelto por las brumas del misterio y aplastado por una capa de hielo de hasta cuatro mil metros de espesor. El lugar más remoto e inaccesible de la Tierra y, todavía hoy, el territorio más hostil para la vida de los seres humanos. Para reclutar a su tripulación Shackleton había puesto un anuncio en la prensa que decía: "Se necesitan hombres para viaje arriesgado. Poca paga, mucho frío, largos meses en completa oscuridad; peligro constante, sin garantía de regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito"

Al anuncio respondieron más de cinco mil personas. Desde aventureros con experiencia polar, marineros, científicos, exploradores y médicos, hasta mujeres intrépidas, a pesar de que en el anuncio se especificaba con claridad que sólo se "necesitaban" hombres. A todos ellos, en total 28, les empujaba un poderoso y romántico espíritu de aventura y una difusa promesa, nunca cumplida, de gloria y fama. Para la expedición Shackleton compró un barco en Noruega, la goleta Polaris, construida a base de planchas de roble y un grosor que en la proa superaba el metro de espesor. Luego rebautizó al barco con el nombre de Endurance, (Resistencia) en honor al lema de su familia "Resistir es vencer" que resumía a la perfección el carácter con el que se iban a enfrentar a una de las grandes hazañas modernas. No hay dudas de que Shackleton era un jefe extraordinario que por entonces ya tenía ganada buena fama de anteponer la seguridad de sus hombres por encima de todo. Además tenía una enorme capacidad de imaginación para diseñar nuevos planes y saber improvisar en momentos críticos; quizás las mejores demostraciones de su inteligencia. Además poseía un talento innato para hacer que la gente le siguiera hasta el fin del mundo. Sin duda cometería fallos en la expedición pero, por muchos que cometiera, Shackleton siempre dio muestras de grandeza. Lideró a sus hombres en una de las mayores aventuras de supervivencia de la exploración polar y, al final, arriesgando su propia vida, supo cumplir con su promesa de traerlos de vuelta a casa. Aunque aquella expedición sería considerada entonces como un fracaso -pues ni siquiera llegarían a pisar el continente antártico que se había propuesto cruzar- nos dejó un legado imposible de borrar, lleno de valores esenciales, como la valentía, la solidaridad, el sacrificio, el trabajo en equipo y, desde luego, saber enfrentar la adversidad.

Aquel mismo impulso aventurero, la curiosidad y, como dijera Georges Mallory,el "deseo indómito de descubrir lo inexplorado que late en el corazón del hombre" fue el que nos hizo perseguir las huellas de estos exploradores en lugares como el Everest, la Antártida o Georgias del Sur. Allí pude revivir aquellas aventuras que, todavía hoy, nos parecen imposibles de superar. Para ello, desde las islas Malvina, nos dirigimos en un velero de unos amigos francés, La Sourire, a Georgias del Sur, la isla donde terminaría de escribirse la gran aventura del Endurance. La misma isla donde, el 5 de diciembre de 1914, el Endurance pondría rumbo a la Antártida. Poco a poco seguiría avanzandohasta que diez semanas más tarde, a unos 160 kms del continente antártico, el barco fue rodeado por los hielos y el Endurance se vio atrapado como "una almendra en medio de una barra de chocolate". Como anotó el meteorólogo de la expedición "Todo el mar se heló y nosotros con él" Tuvieron que rendirse ante la evidencia: estaban atrapados en el lugar más remoto y hostil de la Tierra.Justo en ese momento Shackleton dio muestras de la clase de líder que era. No perdió la calma ni el condenado optimismo del que siempre hizo gala. Simplemente reunió a sus hombres y les dijo que se preparasen para pasar el invierno en los hielos. Y es lo que hicieron.

Shackleton conocía perfectamente la trágica historia de la exploración polar, donde graves desavenencias condujeron a resultados trágicos, y por eso impuso un sistema de tareas imprescindibles que se repartían igualitariamente. Todos participaron en las tareas, incluido "el Jefe", como todos le llamaban. Shackleton se esforzaba por tener su misma alimentación y participaba haciendo los trabajos más humildes como el de pinche de cocina. Mientras tanto el Endurance se movía incrustados dentro de una gigantesca plataforma de hielo. Eran náufragos, pero dentro de su barco, en la zona más salvaje y hostil del planeta, yendo a la deriva encima del hielo, sin saber dónde irían a parar y sin posibilidad de rescate. Así pasaron siete meses sobre el mar congelado que se había convertido en una cárcel helada. Sobre ese mismo hielo libraron vigorosos partidos de futbol. Leían aratos la enciclopedia británica, tenían conciertos semanales de gramófono. Todos los sábados, cuando repartían la pequeña ración de alcohol, brindaban "por nuestras amantes y esposas" y luego siempre algunos añadían "¡porque nunca se conozcan!" Llegaron a disfrazarse para efectuar representaciones teatrales. Estaban perdidos, ajenos al mundo europeo que seguía enfrentándose en una guerra destructora, donde las víctimas ya se contaban por millones. Nadie en Gran Bretaña estaba preocupado por la suerte de los tripulantes del Endurance. Y mientras tanto ellos, ajenos al drama, representaban escenas de ficción y se inventaban el mundo. Era una situación surrealista que sin embargo dio resultado. Shackleton sabía que sólo tendrían alguna posibilidad de supervivencia si conseguía mantener a su equipo unido.

Pero el desastre sólo era una cuestión de tiempo. El 27 de octubre, diez meses después de quedar varados, Shackleton dio orden de abandonar el barco y recuperar del Endurance todo aquello que les fuese de utilidad. Lograron rescatar algunas provisiones y tres de los cuatros botes salvavidas. Luego, con desesperanza, fueron testigos de cómo el Endurance era literalmente hecho astillas por la presión de los hielos. Estaban a 28º C bajo cero y Shackleton, aparentemente tranquilo, dijo a sus hombres: "hemos perdido el barco y las provisiones, así que nos iremos a casa" El primer impulso de Shackleton fue dirigirse a la tierra más próxima, a unos 560 kilómetros, arrastrando las tres barcas, que pesaban más de una tonelada cada una. Pero después de tres días de dura marcha el resultado fue inútil. Reconocieron el fracaso y se prepararon para esperar que el movimiento concéntrico de los hielos les terminase llevando a mar abierto. La ventaja de aquella espera obligada fue que Hurley y Shackleton negociaron seleccionar 120 negativos de las mejores fotografías tomadas hasta entonces aunque Hurley tuvo que bucear dentro de la bodega anegada de agua para recuperarlos. Eso si Shackleton le obligó a destruir las 400 restantes para que no tuviesen la tentación de recuperarlas. Todos eran conscientes de que el rescate era imposible. Seguían vivos pero no sabían cuánto tiempo aguantarían en aquel espantoso lugar. En un segundo intento de arrastrar las barcas, saldado nuevamente con el fracaso, hubo un intento de amotinamiento encabezado por el carpintero McNish, que probablemente seguía lleno de rencor por la muerte de su gato. Aunque Shackleton reconoció que se había equivocado, jamás se le olvidaría este intento de amotinamiento. Como la caza escaseaba Shackleton ordenó que se empezaran a matar perros. Le tocó hacerlo a Frank Wild, su mano derecha, que escribiría: "Fue el peor trabajo de mi vida. He conocido a muchos hombres a los que dispararía antes que al peor de esos perros"Poco a poco el movimiento concéntrico de los hielos les fue arrastrando hacia el océano. Al aumentar la temperatura los témpanos comenzaron a hacerse más finos, voltearse y quebrarse.Cuando la situación se hizo insoportable, el 9 de abril de 1916, Shackleton dio orden de subirse a las barcas para dirigirse hacia alguna isla cercana. Y muy pronto los 28 hombres ya no tuvieron otra opción que acurrucarse en las tres canoas. Además del frío, que les dejaba las manos y los pies congelados y las ropas empapadas, apenas podían comer algo caliente en todo el día. Tiritaban y el temblor les impedía dormir. Las provisiones escaseaban y se encontraban al límite de sus fuerzas. Algunos lloraban, vencidos por las dificultades y el miedo. Por si fuera poco oían a las orcas cercanas con sus soplidos y escapes de vapor. Una noche en la que iban atadas las tres canoas, para que no se separasen, una gran ballena estuvo a punto de voltear las embarcaciones lo que hubiese supuesto la muerte de buena parte de la tripulación. Lo que impidió en esos momentos que muchos hombres se derrumbasen fue la tenacidad y la fuerza de voluntad de Shackleton, siempre dando ejemplo, privándose de dormir o de comer por sus hombres. Durante siete noches, casi sin dormir, los timoneles marcaron el rumbo y se dirigieron a isla Elefante. En esa semana clave para la supervivencia fue vital la pericia y experiencia de Worsley como navegante, algo que le granjeó el respeto de los hombres.

Blog Una vida al filo

Cuando al final le fallaron las fuerzas y trataron de relevarle al timón ni siquiera podía ponerse de pie pues llevaba casi seis días en la misma posición y apenas dormitando a ratos. Al séptimo día aparecieron por fin los acantilados rocosos de uno de los lugares más desoladores y siniestros del planeta. A ellos sin embargo les pareció entonces el paraíso. Llevaban siete meses a la deriva y después de 497 días pisaban de nuevo tierra firme. Algunos no podían creerlo. Tambaleaban por la playa como espectros o se dejaban caer con la mirada perdida en el horizonte. Eran fantasmas consumidos por la fatiga, el frío y el hambre. Shackleton ordenó que se preparase la primera comida caliente en tres días y luego montaron las tiendas. Por primera vez en mucho tiempo pudieron dormir profundamente. James escribió: "Nos acostamos y dormimos como nunca lo habíamos hecho antes, un sueño absoluto, de muerte, sin sueños, sin tener en cuenta la humedad de los sacos, arrullados por el graznido de los pingüinos"

Pero seguían igual de perdidos que antes. Allí nadie les iría a buscar. Entonces Shackleton, dando nuevamente muestras de decisión y valentía, decidió ir a buscar ayuda. No había otra posibilidad que la de dirigirse al archipiélago del que habían salido: Georgias del Sur. Para ello tendrían que navegar 1500 kilómetros por el mar más temido y peligroso del mundo en una pequeña barca de menos de siete metros de eslora. La canoa, bautizada con el nombre de James Caird, fue reparada y mejorada gracias a McNish, el carpintero de ribera del Endurance y uno de los amotinados. Se sellaron las juntas, se puso un lastre de dos toneladas de cantos rodados en el fondo de la barca, para que tuviera mayor estabilidad, pusieron un hule que cubría buena parte de la embarcación para protegerse de las olas, excepto el hombre que fuera al mando del timón, y un mástil con una vela. Luego Shackleton eligió a cinco de sus compañeros para realizar ese viaje, también con muy pocas posibilidades de sobrevivir. Entre ellos estaba Worsley, el capitán del Endurance, pues era quien mayor experiencia tenía navegando y en buena medida le debían seguir con vida y haber llegado a isla Elefante. A él le correspondería la empresa de atinar con una pequeña isla perdida en medio de la inmensidad del Atlántico sur. También eligió a Tom Crean, un irlandés fuerte con amplia experiencia en la Antártida. Crean había salvado la vida de casualidad seis años antes al no ser elegido por Scott en el grupo que debía haberle acompañado al Polo. La elección de los otros tres acompañantes sin embargo resulta un tanto sorprendente. El primero era John Vincent, un campeón de los pesos pesados, y McNish, el habilidoso carpintero, eran dos de los alborotadores, aunque nadie dudaba de su fortaleza. Pero su comportamiento podía resultar problemático para los que se quedaban, así que prefirió llevárselos con él. Por último se llevaría eligió a otro marinero irlandés, Tim McCarthy, un joven esforzado y probablemente el más optimista del grupo. En isla Elefante se quedaría Frank Wild, el lugarteniente de Shackleton, a cargo de la difícil tarea de mantener la moral de unos hombres fatigados y sin apenas expectativas de supervivencia, en un lugar gélido y desolado, azotado por vientos feroces y grandes olas. Y el 24 de abril de 1916, con un tiempo relativamente tranquilo, el Caird fue botado al agua. Cargaron comida para un mes y comenzaron la que iba a ser una de las mayores odiseas vividas en la Antártida. Muy pronto los hombres tuvieron que refugiarse debajo de la lona para resguardarse del aguacero aunque las ropas nunca se secaban y tenían los pies hinchados. La temperatura descendió hasta 20º bajo cero. Trabajaban en turnos de cuatro horas, relevándose en dos grupos. Mientras unos trataban de descansar algo encima de los cantos rodados los otros tres hacían guardia arriba o achicaban el agua que se colaba por todos los lados. Muchas veces las olas eran tan grandes que les pasaban por encima, amenazando con voltear la canoa. En estas condiciones el trabajo de orientación con el sextante, que necesitaba el horizonte estable, era prácticamente imposible. En diecisiete días Worsley apenas pudo hacer cuatro mediciones, el resto del tiempo se orientaba gracias a la experiencia y sus grandes dotes de navegante. Un solo grado de error les hubiera llevado a la catástrofe, perdidos en el océano más extenso del planeta y sin ninguna tierra alrededor. Estaban en el océano más espantoso del planeta, donde a menudo los vientos llegan a superar los 200 kilómetros por hora. En estas latitudes el mar circunda la Tierra sin ninguna masa que lo interrumpa. Ese mar, el mismo que nosotros navegamos durante casi dos meses, es el mar del fin del mundo, un mar que en las extrañas ocasiones en las que brilla el sol se muestra de un profundo azul cobalto, aunque generalmente se muestra como lo que es, un plomizo y profundo tenebroso mar gris, sin vida. Dos de los hombres de la barca, Vincent y McNish, se encontraban en situación crítica y Shackleton estaba pendiente de ellos. Les tomaba el pulso y cuando los veía peor hacía que se preparase una bebida caliente. Muchas veces lo hizo privándose él mismo de su ración para que les llegase a sus compañeros. Worsley anotaría en su diario: "McCarthy es el optimista más indomable que he conocido. Cuando lo relevo al timón, con el bote helado y con olas entrando a borbotones por su cuello me informa, agotado y con una sonrisa de felicidad: "Es un gran día, señor"

Por fin, cuando ya llevaban 16 días de travesía y se encontraban al límite de sus fuerzas divisaron la costa oeste de la isla San Pedro. Pero ni siquiera al final podían relajarse. Vientos huracanados del oeste, frecuentes en Georgias, empujó la barca contra los acantilados lo que hubiera supuesto el fin. Nuevamente Worsley, haciendo gala de su experiencia, lograría salvar la situación y alejarse de la costa. Por fin, el 10 de mayo, tras 19 días de travesía y con relativa calma, el Caird pudo tomar tierra en la bahía del rey Haakon. Justo en esa misma bahía, casi cien años después, un grupo de siete amigos nos sentamos a mirar aquel mar desolado y triste y recordar a aquelos hombres excepcionales. Queríamos seguir fielmente las huellas de Shacketon en su última gran Aventura.

Aunque había terminado uno de los más impresionantes viajes en barca de todos los tiempos, y por fin regresaban a Georgias del Sur diecisiete meses más tarde, sin embargo la Aventura continuaba. Para rescatar a sus 22 compañeros de isla Elefante tenían que alcanzar las factorías balleneras situadas justo en la vertiente opuesta. Entre medias se encontraba un territorio inhóspito y peligroso, un interior desconocido de la isla en la que nadie se había internado. Era la última dificultad que se interponían entre ellos y la vida de sus amigos. El único mapa que disponían apenas mostraba la línea costera. Además los balleneros les habían dicho que el interior de la isla era impracticable. Pero no tenían otra opción: era una carrera por la supervivencia de todos. Y se pusieron manos a la obra. McNish utilizó tornillos de la barca para ponerlos en las botas de cuero y que sirviesen de crampones para clavarse en el hielo. Mientras McCarthy se quedaba cuidando de Vincent y McNish, los más fatigados, Shackleton, Worsley y Crean, se pusieron en marchaa las tres de la madrugada y con luna llena. Querían aprovechar el frío nocturno cuando las bajas temperaturas mitigan el riesgo de caída en las grietas cubiertas por puentes de nieve. No podrían pasar la noche pues no llevaban ni tienda ni ropa de abrigo para pasar la noche al raso. Muy pronto la marcha se hizo peligrosa y complicada. Además se notaban debilitados por la falta de ejercicio y de una alimentación adecuada. La búsqueda de un camino entre las montañas escarpadas les hizo perderse y dar varias vueltas inútiles. Afortunadamente el tiempo seguía siendo bueno. Tuvieron que atravesar un inmenso campo de hielo que en su borde occidental se despeñaba en el mar. Un lugar traicionero en caso de nieblas o tormentas, pero que cruzaron relativamente seguros. Ese campo de hielo, uno de los más grandes y bellos de Georgias, lleva hoy el nombre de Tom Crean. Allí, justo en ese mismo sitio, nosotros vivimos uno de los momentos más delicados de nuestra expedición pues los vientos huracanados nos destrozaron una tienda y pasamos una noche sujetándola con miedo de salir volando dentro de ella.

Así, caminando sin descanso, llegaron a un paso difícil con una pendiente muy inclinada y peligrosa. Estaba anocheciendo y al llegar arriba Shackleton tomó una decisión arriesgada que propuso a sus compañeros. No podían pasar la noche al raso así que decidieron enrollar la cuerda y lanzarse encima de ella, comoen un tobogán, por la escarpada pendiente sin saber que les esperaría abajo. Afortunadamente les frenó un banco de nieve. Se dieron solemnemente la mano, se sacudieron la nieve y prosiguieron la marcha. Estuvieron caminando en silencio toda la noche. Todos ellos creyeron ver una cuarta persona que caminaba junto a ellos infundiéndoles ánimos. Cuando ya llevaban 26 horas sin descansar, hicieron una parada porque no se tenían en pie. Enseguida Worsley y Crean se quedaron dormidos. Shackleton se dio cuenta de que el viento helado que bajaba del campo de hielo los estaba congelando y probablemente morirían. Así que les dejó dormir a sus compañeros cinco minutos y luego los despertó diciéndoles que se pusieran en marcha pues ya habían dormido media hora. Poco después pudieron divisar bahía Fortuna, una hermosa ensenada llena de témpanos, pingüinos y pequeños ríos que llegan de los glaciares al mar. Uno de los más bellos paisajes que pudimos observar en Georgias. Enfrente aparecen las últimas estribaciones rocosas y detrás se levantaba una de las industrias balleneras más grandes del mundo: la factoría de Stromness. A las ocho de la mañana oyeron el silbato llamar a los trabajadores a iniciar la jornada de trabajo. Aquellos tres hombres rudos y curtidos se emocionaron: era la primera muestra de otros seres humanos en muchos meses. A las tres de la tarde del 20 de mayo tres hombres tambaleantes llamaban a la puerta del jefe de la estación ballenera. No pudo reconocerles. Parecían fantasmas que regresaban de la muerte. Demacrados, hambrientos, sin afeitarse ni lavarse en meses, vestidos como harapientos, aunque antes de entrar en la factoría -en un gesto de caballeros de la época victoriana- habían tratado de arreglarse la ropa con cuatro imperdibles que llevaba Worsley. Por fin les llevaron ante el responsable de la factoría. Lo primero que hizo Shackleton fue preguntar si la guerra había terminado. No, les respondió, "Los hombres mueren a millones. Europa se ha vuelta loca. El mundo se ha vuelto loco"

En ese mismo lugar nosotros nos abrazamos. Shackleton, Crean y Worsley había empleado 36 horas de marcha continuada, en condiciones extremas y debilitados por meses de penurias, con un equipo inadecuado siquiera para caminar en invierno por los Pirineos. Tendrían que pasar meses antes de que también lograsen rescatar a sus compañeros de isla Elefante. Pero también lo lograron. Nosotros habíamos tardado tres días y media. Caminamos con lentitud por los restos desguazados de Stromness, con la certeza y la alegría de haber seguido los pasos de una generación de hombres irrepetibles. Estamos contentos por haber repetido una caminata legendaria. Sabiendo que ellos fueron más grandes porque hicieron más con menos. Porque enfrentaron dificultades y riesgos que hoy nos parecen inconcebibles. Nos abrazamos y recordamos a aquellos tipos valientes y rudos que, después de tres intentonas, lograrían rescatar asus compañeros de isla Elefante. Estamos emocionados porque sabemos que lo vivido es irrepetible.

Luego nos vamos a rendir nuestro particular homenaje al cementerio de Gritvyken, donde está enterrado Shackleton. Seis años de su excepcional aventura regresaría a Georgias con algunos de sus compañeros del Endurance y ese mismo día moriría de un ataque cardiaco. Fue enterrado allí mismo mientras uno de sus compañeros tocaba con un banjo la Canción de Cuna de Brhams. En la parte trasera de su lápida hay un verso de Robert Browning, que quizás sea un símbolo de la vida del gran explorador británico: "Un hombre ha de esforzarse hasta el final por el precio en que ha fijado su vida"

Epílogo: Muchos de aquellos grandes hombres murieron pobres, aunque ricos en recuerdos. Como el optimista McCarthy, que nada más llegar se alistó voluntario y murió muy poco después al pie del cañón. Aquella isla que vimos en la bahía del rey Haakon hoy lleva su nombre. Como Frank Wild, la mano derecha del Jefe, que se estableció en Sudáfrica donde se arruinó. Un periodista le descubrió en una aldea zulú haciendo de barman por 4 libras mensuales. Le consiguieron una pequeña pensión pero Wild murió pocos meses después destrozado por la bebida y quizás por los recuerdos. Los mismos que persiguieron a Frank Worsley que en 1934 fue a buscar un tesoro al Pacífico, algo de lo que ya había hablado con Shackleton. O Frank Hurley, que siempre sintió admiración por Shackleton. Algunas de las fotos que hizo de la guerra son, igual que las del Endurance, auténticas obras de arte. Ninguno de ellos olvidaría aquella tremenda aventura de supervivencia. Y muchos siguieron soñando con volver al confín de la Tierra. Como el veterano Tom Crean, que abriría un pub al que pondría de nombre "Polo Sur". Quizás porque, como dejó escrito Shackleton, y nosotros hemos descubierto en San Pedro, "allí habíamos oído el eco de la Naturaleza, habíamos llegado al alma desnuda del hombre"

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