Una marchista singular: la consagración de Sofía - Proceso
A sus 18 años, la marchista Sofía Ramos Rodríguez ganó la medalla de oro en el Mundial Sub-20 de Atletismo en agosto pasado al cubrir los 10 mil metros en 46 minutos 23 segundos 1 centésima. Durante años y gracias al apoyo de su madre y su entrenador, esta atleta consumada que vive en un asentamiento irregular en Ciudad Nezahualcóyotl tuvo que vencer innumerables adversidades. Hoy se siente contenta. Y confiesa: “Me gusta hacer deporte. Me veía en unos Juegos Olímpicos cambiando mi destino, no me veía como una persona normal”.
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Para llegar a la casa de la marchista Sofía Ramos hay que saber dónde está el cementerio de aviones del aeropuerto de la Ciudad de México. En los linderos de la alcaldía Gustavo A. Madero y el municipio de Nezahualcóyotl, por donde corren las vías del tren, se levantan 22 viviendas hechas de láminas y de madera forrada con plásticos para evitar que entre la lluvia.
A ese asentamiento irregular se le conoce como Localidad 17 de junio, fecha en la que un grupo de paracaidistas se asentó hace una década. Sus habitantes son recolectores y recicladores de basura. Las viviendas y todo lo que hay en su interior están hechos con el material que pepenan. Lo que algunas personas desechan, para ellos es un tesoro. No hay agua corriente ni pavimento, la luz llega gracias a unos “diablitos”.
En esta zona de la colonia Ciudad Lago ya todos saben que la vivienda 10 es la casa de la muchachita esa que salió en la tele porque ganó una medalla de oro en el Campeonato Mundial de Atletismo Sub-20 en Nairobi, Kenya. Entre cuchicheos, los vecinos cuentan que esa niña seria que siempre anda para todos lados con su mamá y su hermana es alguien importante. Ahora entienden por qué siempre usa ropa deportiva y a veces la han visto que camina chistoso.
Sofía Ramos Rodríguez ya está entre la élite de las marchistas juveniles mexicanas. A su reciente título mundial hay que sumarle la medalla de plata que obtuvo en los Juegos Olímpicos de la Juventud de Buenos Aires 2018. Se une a la lista de Yanelli Caballero (plata mundial en 2009), Valeria Ortuño (plata en los Juegos Olímpicos de la Juventud de Nanjing 2014 y bronce en la Copa Mundial de Marcha en Roma 2016) y Alegna González (oro en el Mundial Sub 20 de atletismo en 2018).
“Yo nunca me hubiera imaginado estar en un campeonato del mundo y menos ganarlo. Me siento orgullosa porque es parte de un trabajo mío, de mi familia, de mi entrenador; es un trabajo en conjunto que he hecho. Me gusta hacer deporte, me veía en unos Juegos Olímpicos cambiando mi destino, no me veía como una persona normal”, dice Sofía Ramos.
Las condiciones económicas de la familia Ramos no fueron un impedimento para que la señora Patricia Rodríguez supiera que era importante que sus dos hijas menores tenían que hacer deporte. Desde que Frida y Sofía estaban chiquitas, la mujer jalaba con sus chamacas a pie hasta el deportivo de la clínica 23 del IMSS que está en la calzada San Juan de Aragón y Eduardo Molina. La casualidad quiso que en el Bosque de Aragón vieran a un grupo de niños marchistas y Frida propuso entrenar con ellos.
Los inicios
Aunque a Sofía le gustaba más la gimnasia y los clavados, su mamá no podía partirse en dos. Al entrenador de marcha Adrián Camacho tampoco le gustaba que las niñas practicaran otro deporte, así que les recomendó quedarse sólo con él. A Sofía la fue llevando poco a poco. Como apenas tenía 10 años llevaba un entrenamiento ligero y después la mandaba a jugar. No es que a Sofía le gustara la marcha, pero era eso o no hacer nada.
El sacrificio se impuso en la vida de Sofía: ir a la escuela en las mañanas, correr a su casa para cambiarse de ropa, ir comiendo en el camino mientras andaban los 30 minutos que se hacen al Bosque de Aragón; entrenar, regresar a la casa y hacer la tarea. Ni que decir si el entrenamiento tocaba en Chapultepec o en otro lado, las niñas y su mamá eran como hormiguitas aceleradas que iban de un lado a otro.
“Como no teníamos dinero para que tuvieran ropa deportiva, me iba a los tianguis durante horas, a la ropa de paca. Cuando encontraba una ropa nueva o en buenas condiciones se las compraba. Esa era mi misión en las mañanas cuando se iban a la escuela, ir a los a tianguis si juntaba algún dinerito. Les buscaba los tenis de marcha, que son más bajitos y planos. Comíamos lo que podíamos, no les podía dar una comida especial. Aprendí a llevarles una dieta informándome, pero era a como yo podía.”
El papá de Sofía Ramos vende fruta afuera de la estación del metro Morelos. Su mamá ha dedicado casi todo su tiempo a acompañarla a entrenar, pero se puso a trabajar cuando vio que la carrera deportiva de su hija le exigía dinero en la bolsa. Se le ocurrió preparar comida y vendérsela a los policías que cuidaban un predio que el aeropuerto reclama como suyo y de donde hace 10 años desalojaron por la fuerza a todos los habitantes de la Localidad 17 de junio.
Sofía tampoco se ha atenido a estirar la mano. Desde chiquitita se salía a vender dulces. Preparaba paletas de hielo de sabores y ahí andaba la niña con su chorecito morado y una sonrisota ofreciendo las golosinas o chacharitas en los tianguis. Ya más grande, aprendió a hornear pasteles y también vendía hamburguesas y papas a la francesa. De donde sea había que juntar dinero porque ser marchista cuesta.
Las primeras competencias de Sofía Ramos le inyectaron la marcha en las venas. Le gustaba la adrenalina de competir, descubrió que era buena para esta disciplina y ya no quiso soltarla, sobre todo cuando la detectaron en la Olimpiada Nacional y la invitaron a entrenar en el Centro Nacional de Desarrollo de Talentos Deportivos y Alto Rendimiento (Cnar), a donde ingresó con 14 años.
Se unió al equipo del profesor Pedro Aroche, exentrenador del medallista olímpico Noé Hernández, quien tenía como regla comenzar a trabajar a las 05:30 de la mañana. Su hermana Frida también fue invitada. Para llegar puntual desde ciudad Lago hasta el Cnar, las niñas tenían que salir de su casa a las cuatro.
Caminaban en medio de la oscuridad, entre la basura y los desechos, llenándose los tenis de tierra hasta llegar a la parada del camión que las llevaba al deportivo Oceanía. A esas horas ya todo era rápido porque al 20 para las cinco pasaba el otro camión que las dejaba en el Palacio de los Deportes. Ahí les esperaba otra caminata sobre la calle de Añil hasta la puerta del Cnar.
Duras pruebas
Así fue la vida de Sofía durante un año y medio hasta que en el Cnar la aceptaron como interna. Podía vivir y estudiar ahí y los fines de semana salir para estar con su familia. Con ella el objetivo fue claro: tenía la edad ideal para prepararse rumbo a los Juegos Olímpicos de la Juventud de 2018.
Pedro Aroche dejó un día tirada a Sofía y a otra niña en el Desierto de los Leones.
Como no completaron el entrenamiento a Aroche se le hizo fácil castigarlas dejándolas a su suerte a ver cómo se regresaban al Cnar. Sofía le habló llorando a su mamá y al final pidieron un aventón para volver a la instalación deportiva.
La señora Patricia trinaba de coraje y decidió que no volvería a entrenar con él. La Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte le pidió al entrenador Ignacio Zamudio que entrara al quite y aceptara a Sofía en su grupo de niños. Así fue como a principios de 2018 Sofía Ramos se integró al equipo donde Alegna González y Valeria Ortuño destacaban entre los demás.
Cuando Zamudio la recibió descubrió sus carencias. Si bien era una niña con fortaleza física que se recupera fácilmente de los entrenamientos, había mucho por mejorar. Los Juegos Olímpicos de la Juventud fueron la primera competencia internacional de Ramos. Su medalla de plata fue un resultado sorpresivo y sobresaliente.
“Esperaba que peleara por una medalla, pero me gustó más la marca que hizo. De caminar en 23.40 minutos los cinco kilómetros bajó a 22.20. Se convirtió en la segunda mejor marca del mundo. Reveló el potencial que tenía a futuro”, asegura Zamudio.
En los Juegos Olímpicos de la Juventud la prueba de los 10 mil metros tuvo lugar en la pista de atletismo del parque Polideportivo Roca de Buenos Aires. Se llevaron a cabo dos competencias de 5 mil metros cada una y los tiempos se sumaron para obtener a las ganadoras.
Hasta Sudamérica viajó Patricia Rodríguez para acompañar a su hija. No podía dejarla sola, así que pidió un crédito, dinero a sus hijos mayores y trabajó como cocinera en fonditas de comida corrida.
“Mi hija era una equis. En la primera competencia empezó muy atrás, yo estaba que no me aguantaba, nerviosísima. Pasa la china y Sofía llegó unos cinco o seis segundos atrás. Nadie se lo esperaba. Descalificaron a la checa y ya mi hija se fue sola. En la siguiente competencia fue tercera. Como hizo buen tiempo ya sumado quedó en segundo lugar, pero cuando acomodaron la lista yo no veía su nombre y decía qué pasó. Tenía hasta la boca seca.
“Corrí (hacia la meta) porque cuando ella terminara yo tenía que estar esperándola en la salida porque le gustaba mucho que yo fuera la primera que la abrazara. Y no me la dejaban pasar porque tenía que ir al doping. Les dijo: ‘déjenme ir a abrazar a mi mamá’. Lloré y ella reía. Yo soy diabética, creo que hasta el azúcar se me fue.”
–¿Esa medalla no era un resultado que usted esperaba?
–Yo soñé a lo grande. Sabía que entrenaba y que era muy buena, pero no sabía si lo iba a lograr. Me fui con ella porque acostumbraba andar a todos lados conmigo. Junté y junté mi dinerito para apoyarla. Nos habían pedido dinero para sacar su visa a Estados Unidos y no teníamos, entonces boteamos; mi esposo boteó con sus amigos en el tianguis y logramos conseguir el dinero, pero la verdad es que la que se ha fletado con ella soy yo.
Casta de campeona
El drama se volvió a presentar rumbo al Campeonato Mundial de Atletismo Sub-20. A Sofía Ramos su entrenador le avisó que no había presupuesto para hacer el viaje. Patricia Rodríguez no se quedó cruzada de brazos. Se comunicó a la oficina del presidente municipal electo de Nezahualcóyotl, Alfredo Cerqueda Rebollo, y sin más le pidió el dinero para el boleto de avión de su hija.
También salió a pedirle a los taxistas, a sus conocidos de la colonia, a la señora del pan que siempre les regalaba alguna pieza para que Sofía tuviera que comer, a las chavas de la tienda de abarrotes. Por fin llegó la llamada del político con el anuncio de que comprarían el boleto. Patricia, Sofía y Frida brincaban de alegría en su vivienda; se abrazaban y como si festejaran a la selección nacional de futbol. Coreaban nos vamos al mundial.
“La competencia la vimos en la casa de mi hijo el grande. Nos fuimos a quedar con él Frida y yo porque comenzaba a las dos de la mañana. La pasaron en la página en internet de la World Athletics (la Federación Internacional de Atletismo), el internet que tenemos es una cajita, de esos chafitas, porque aquí no hay señal, así que dije nos vamos porque no me vaya a fallar. Con mi hija que vive en Los Ángeles nos conectamos por el celular y le enseñamos la tele”, detalla Rodríguez.
Como Ignacio Zamudio no pudo acompañar a Sofía Ramos –pues regresaba de los Juegos Olímpicos de Tokio con Alegna González y tampoco tenía boleto ni acreditación y no podía cumplir con el protocolo del covid-19 que exigía Kenya– también tuvo que seguir la competencia en el canal de la World Athletics.
Un día antes se comunicó con Ramos para diseñar la estrategia de la competencia dependiendo de si la prueba estaría lenta, rápida o incluso si por sanciones de los jueces la sacaban un minuto al pit lane (la zona de castigo donde entra una marchista cuando acumula tres tarjetas rojas).
“Antes del kilómetro cinco vi que iban lento y ella no se iba adelante como se lo había indicado en el plan. Le hablaba a la televisión como si Sofía me escuchara. La fisiatra Valentina Cantón que viajó con ella era con quien me auxiliaba porque estaba en la pista. A ella le decía lo que tenía que saber Sofía. Cuando vi que se despegó esperé un par de vueltas para ver si era definitivo que se iba ya sola, y fue así. El plan era despegarse lo más posible por si acumulaba tarjetas y la mandaban al pit lane cuando saliera les llevara al menos un minuto de ventaja. No tuvo más que una tarjeta y salió el plan perfecto, le sacó más de un minuto al segundo lugar.”
Sofía Ramos Rodríguez, a los 18 años, se convirtió en campeona mundial de marcha. Caminó los 10 mil metros en un tiempo de 46 minutos 23 segundos 1 centésima. Se impuso a la francesa Maële Biré-Heslouis (47:43.87 minutos) y a la checa Eliška Martínková (47:46.28 minutos).
Unidad familiar
Ignacio Zamudio explica que la preparación de Sofía Ramos se dio a la par de la de Alegna González que en Tokio 2020 finalizó en el quinto lugar en la prueba de los 20 kilómetros. Prácticamente realizaron los mismos campamentos y, a pesar de la pandemia, el equipo de marcha no dejó de entrenar en deportivos, carreteras o todo aquel lugar donde no hubiera gente y los atletas no estuvieran en riesgo pues los sacaron del Cnar.
“La expectativa era ganar esa medalla de oro. Antes de viajar a Nairobi ya estaba como primera del mundo en 20 kilómetros y primera en 10 kilómetros. En el Campeonato Nacional de Atletismo de Querétaro (mayo de 2021) quedó cuarta cerrando con Alejandra Ortega, que fue a Río 2016. Con esa marca quedó como primera en el ranking mundial juvenil. Fue acertado retomar el plan de entrenamiento y que no se perdiera más tiempo de trabajo”, explica Zamudio.
–¿Cuánto dinero ha gastado en la carrera de Sofía? –se le pregunta su mamá.
–Muchísimo. No sé cuántos miles de pesos. Échele lápiz: entrenábamos diario, sólo descansábamos los domingos. Por años.
–¿Cuándo el presidente López Obrador dice que los atletas ganan por el esfuerzo de sus familias no le falta razón?
–Estoy enojada con él porque ni ha mencionado a mi hija en su logro deportivo. Que diga que una niña de escasos recursos lo logró. Yo me dediqué en cuerpo y alma a mis hijas. Si yo hubiera tenido otras prioridades, como ver las novelas, no hubiera logrado esto. Este es un resultado personal cobijado por su familia.
–¿Qué cosas ha dejado de comprar para usted o para su casa por usar el dinero para la carrera de Sofía?
–Todo. Le voy a ser sincera, con trabajos compré una tele y todo lo que tengo es reciclado. No tengo piso en mi cuarto, es tierra cubierta con alfombra. Apenas tuvimos la oportunidad de echarle piso al cuarto de Sofía y a la cocina porque viene un camión de cemento y nos lo deja barato. Pero todas mis cosas son recicladas, nunca me compré un sillón o una sala. Todos los muebles son regalados.
“Todo es por apoyarla. Todo ha valido la pena. Veo a mi hija feliz y eso es lo más importante. A veces es muy insegura y me dice: ‘Mamá, no me la puedo creer’. Nosotros queremos una medalla olímpica, todavía esta chica, pero me gustaría que tuviera eso. Sería la mujer más feliz. Le dije ya me puedo morir en paz porque ya vi mi bandera en lo alto del pódium y oí mi Himno Nacional.
“La gente que sabe lo que hace la admira. Gente que ni me hablaba me felicita. Me dice una vecina: ‘¡Qué emoción que alguien de ciudad Lago salga en la tele por un triunfo y no por ratero!’.”
Reportaje publicado en el número 2343 de la edición impresa de Proceso, en circulación desde el 26 de septiembre de 2021.
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