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San Victorino: el hervidero del rebusque en Navidad

Hay que tener los nervios bien templados, los sentidos sincronizados y la malicia afilada para adentrarse en este absorbente complejo comercial que es San Victorino, que comprende diecisiete manzanas en el perímetro de la troncal Caracas a la avenida décima, y de la Jiménez a la calle novena.(Lea además: Estos son los plazos para el pago de impuestos en 2022 en Bogotá)La bienvenida a San Victorino corre por cuenta de jaladores, zurdos y trajeteros. Son los mismos del ‘pregunte por lo que no vea’, del ‘venga, yo le digo dónde es más barato’, del ‘cuide la cartera y no suelte la niña’, entre otros ganchos de una insólita fraseología para cazar clientela y convencerla de la compra en busca de la comisión prometida, desde que aclara hasta que anochece.De entrada, por la Jiménez, se observa el cerco de mercachifles de lo inimaginable, en medio de penetrantes humores de frituras y cocimientos de vísceras y pelangas; puestos de perros calientes y hamburguesas; parrillas de chorizos que botan un humo cenizo y espeso como el del habemus papam, y el estrépito de la música que se refunde entre el chucuchuco decembrino, el vallenato llorón y los clamores heridos del despecho.

Por ejemplo: mientras el artista ciego se esfuerza por hacerse oír con El huerfanito, de Guillermo Buitrago, en la rotonda un parlante a todo volumen escupe los rezongos lastimeros de Viejo juguete, la canción más mentada del Caballero Gaucho. Ese “yo no tengo padre / yo no tengo madre / no tengo dinero / mucho menos quien me quiera”, atropellado por el “cómprame, mamita, siquiera un juguete”, produce el mismo combustible de las bombas lacrimógenas que la Fuerza Pública dispara en los disturbios.(También: En Navidad podría haber escasez de juguetes, licor y decoraciones en Bogotá)

Rebajona, la ley del arrastre

En el mismo espacio, donde hace treinta años se ubicaba el viejo organillero con el periquito que extraía de una cajetilla de cigarrillos los sobres esotéricos con sus consejas para frustrados y descarriados, se ubica ahora la caraqueña Greicy Mendoza, 32 años, con un mostrador al garete que exhibe ropa íntima femenina.“Mire, apenas para el estrene de su mujer el 24, queda como un príncipe”, sugiere la robusta morena, que sin pedírselo enseña un juego de tres piezas color sangría: “Brasier, tanga y cachetero de encaje, por 65.000..., en 60 se lo dejo”, riposta.La rebajona es la ley de arrastre en todos los ventorrillos de la informalidad, y en esa misma línea se pueden encontrar réplicas barateli de prestigiosas marcas de jeans ($ 30.000 y $ 40.000), zapatillas ($ 50.000 y $ 60.000), buzos con capucha ($ 25.000), chaquetas ovejeras ($ 50.000) y las alegres ofertas de tres pares de calzoncillos Calvin Klein ($ 20.000) y cinco pares de medias ($ 15.000).

Robert Perlaza, de Guapi, Cauca, un negro bembón con cachucha de beisbolero y tapabocas de gargantilla, regenta bajo el sol picante una enorme cubeta de vidrio que soporta una carreta, repartida entre salpicón a 3.000 pesos y jugo de mandarina a 2.000. También vende mango biche con sal y limón a 2.500, y ensalada de frutas a 3.000 pesos. De eso ha vivido en Bogotá desde el 98, dice, cuando llegó huyendo de la violencia cocalera de su tierra, “con una mano adelante y la otra atrás”.

En este sector comercial es casi que tradición el 'Madrugón', al que personas asisten desde temprano para obtener ofertas.

Foto:

San Victorino: el hervidero del rebusque en Navidad

Cortesía de Ricardo Rondón.

Entre los puestos de venta informal también se encuentra comida callejera. En la foto: Robert Perlaza, vendedor ambulante de San Victorino.

Foto:

Cortesía de Ricardo Rondón.

En este lugar donde predomina el 'rebusque', se exhiben para la venta prendas íntimas de imitación.

Foto:

Cortesía de Ricardo Rondón.

Normas de bioseguridad

Este año, el Distrito dispuso para San Victorino de cincuenta y cinco carpas para vendedores informales, que quedaron cortas ante la desmesurada demanda derivada de las altas cifras de desempleo y de la profusa migración venezolana, pero los rebuscadores restantes se las ingenian con sombrillas, o a campo raso, para lograr el sustento diario.En el más reciente monitoreo de la Personería Distrital, su titular, Julián Enrique Pinilla Malagón, advirtió que no se está cumpliendo el manual de convivencia y bioseguridad que se acordó con los comerciantes: distanciamiento, tapabocas, lavado de manos.(Le sugerimos: Estos serán los puntos de vacunación en Bogotá con horario extendido)Insiste el funcionario en acatar estas normas, más cuando se conoce del ingreso a Colombia de la variante ómicron, que según la Organización Mundial de la Salud es la que con más celeridad reproduce el contagio del covid-19, incluso en personas vacunadas y recuperadas. Pinilla también puntualizó en la debida vigilancia, organización y logística para menguar las aglomeraciones y el temor de muchos compradores que se abstienen de ir a San Victorino por el flagelo de la inseguridad, el hurto y el atraco.

De pérdidas y ganancias

Es miércoles 22 de diciembre, en el último madrugón en víspera de Navidad, esta vez hubo división de opiniones: los vendedores de la calle coincidieron en que no estuvo malo el día, pero tampoco fue el mejor, pero los de almacén, como doña Berenice Salinas, de 66 años, propietaria de la pañalera Marly, ubicada en el segundo piso del emblemático edificio Juan B. Páez, donde funciona el antiguo centro comercial Plaza Nariño, argumentó que “estuvo flojo porque el vendedor callejero arrastra de primero al cliente y nos deja viendo un chispero”.“Fue mejor el año pasado”, recalca doña Berenice, quien llegó a Bogotá de dieciséis años a San Victorino a vender calcetines, interiores y delantales en la calle, y hace ocho años se hizo con un local por el que paga 600.000 pesos mensuales. “Antes de la pandemia, para diciembre, entre viernes y sábado, ya había vendido 2’000.000 de pesos. Hoy, apenas he hecho 150.000”, resume.No obstante, Angélica Leguizamón apunta que a la fecha ha sido una buena temporada, cuando el margen de ventas de los veinticuatro madrugones deja un usufructo mensual de 120.000’000.000, atractiva ganancia para un promedio de 14.000 propietarios que generan 300.000 empleos directos y cerca de un millón indirectos.La calle décima es la más concurrida, agrega la administradora, porque es donde está concentrado el mercado textil, la ropa, que es la de mayor demanda en esta época del tradicional estrene, igual que la calle 11, que es la de cacharrerías, piñaterías y juguetería, con un alentador repunte, de entre el 70 y 80 por ciento, de reactivación y recuperación.(Lea también: Hurto de carros: el delito que se tomó las calles de Bogotá)

Las autoridades insisten en que no se deben descuidar los protocolos de bioseguridad, sin embargo, hay personas que no cumplen las medidas mínimas.

Foto:

Cortesía de Ricardo Rondón.

La calle décima es la más concurrida, porque es donde está concentrado el mercado textil y ropa, que es la de mayor demanda en época decembrina.

Foto:

Cortesía de Ricardo Rondón.

San Victorino es una parada obligada para aquellos que buscan el estrene para el 24 y 31 de diciembre.

Foto:

Cortesía de Ricardo Rondón.

El Ángel de San Victorino

Don Jorge Pérez, al frente del departamento de mercadeo de Visto, es la mano derecha de la Leguizamón, y es conocido como el ‘Ángel de San Victorino’, bautizo que le impuso el cronista Fabián Forero, de Red+Noticias, por su arraigada misión bondadosa con los más necesitados, que viene desarrollando hace más de veinte años.Pérez es el mediador de las causas perdidas de ancianos desprotegidos, menesterosos, informales de andén como don Abraham López, vendedor de dulces y cigarrillos del sector, a quien don Jorge hizo posible la recuperación de su vista deteriorada por cataratas, tras una campaña emprendida para su operación y tratamiento. También le reconocen la consecución de mercados para familias desprotegidas, sillas de ruedas, y por la recolección y entrega de más de 100 toneladas de alimento para los damnificados de la tragedia de Mocoa, ocurrida por la arrasadora avalancha de 2017.

La calle de los juguetes

Sigilosos nos escurrimos por la congestionada calle once, con sus viejos edificios atestados de locales y bodegas de piñatería, bisutería y joyería de fantasía (pajareras), maquillaje, perfumería y papelería, pero el atasco de compradores es impresionante. Si es difícil transitar por los andenes, por la calle hay que caminar casi en puntillas para no estropear la cantidad de muñecas, peluches, balones, triciclos, patinetas, coches, bicicletas, arrumes de cajas de lotería, monopolio, tío rico, rummy, ajedrez, parqués, entre otros divertimentos expuestos sobre enormes plásticos, todo a precio irrisorio en comparación con el de los almacenes de cadena.(Otro: La Concordia, una plaza con 86 años de historia)Por la misma once, llegando a la novena, en jurisdicción del Gran San, nos percatamos de un endemoniado trancón de motos, automóviles, carreteros, bulteadores, gente que trata de salir, otra que intenta ingresar, y el insistente repicar de pitos y berrinches de niños de brazos, de parlantes con músicas de todas las raleas, el exasperante olor a grajo y el humo a chorizo, chicharrón y pincho nos confirman que San Victorino no es para todo el mundo, sino para el que lo conoce, lo necesita y lo sabe paladear.

Como si se tratara de un reality de supervivencia, a juro alcanzamos la décima con décima, motivo suficiente para cantar victoria por haber librado el penitente atolladero del rebuscador y el proletario, el metamercado del ‘pregunte por lo que no vea’, ese San Victorino de caos, ruido, olores, amores y necesidades, tan fiel a la tradición popular, al que la gente quiere y prefiere como a la ollita del calentado.RICARDO RONDÓN CHAMORRO - ESPECIAL PARA EL TIEMPO*

RR23 de diciembre 2021, 09:01 A. M.GRGuillermo Reinoso23 de diciembre 2021, 09:01 A. M.Relacionados:

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